Una estética en equilibrio

Un lenguaje universal y primitivamente sensorial que hace de las sensaciones el epicentro de su fuerza estética.

Agilidad, soltura, sensualidad y, al mismo tiempo, contundencia, fuerza y peso. La danza es la expresión de los sentidos. Un lenguaje universal y primitivamente sensorial que hace de las sensaciones el epicentro de su fuerza estética. Emociones que fluyen y se expanden en contrastante transformación tanto para el bailarín como para quien, en silencio y conectado con él, le observa.

Elementos estructurales

Si tuviéramos que desgranar los elementos estructurales propios de la danza para llegar a entender de dónde y en qué momento surge la emoción, podríamos determinar que el movimiento, el ritmo, el espacio, el tiempo, el color y el sonido son los componentes esenciales que hacen posible la magia.

Con el movimiento, el lenguaje de lo inmaterial toma forma a través de un cuerpo, mientras que el ritmo, presente en todas las artes, es el flujo de movimiento que, medido por el bailarín, se desgrana ante los ojos de los espectadores. Quien baila puede ocupar un espacio íntimo y reducido en torno a su propia estructura corporal o expandir sus movimientos y ocupar el espacio que le sirve de marco a cada uno de sus pasos, y en donde conceptos como derecha, izquierda, delante, detrás, arriba y abajo muestran su máxima expresión.

El tiempo es el lapso que se utiliza al realizar un movimiento y no se entiende sin la música a través de un instrumento o proporcionada de forma natural por tu propio cuerpo. El sonido, por su parte, tiene un papel fundamental, acompañando al movimiento como generador del mismo o como estímulo para la danza.

El color, en cambio, se adentra en el mundo de las sensaciones que hacen de la danza algo mágico.

Color es, por ejemplo, aquello que hace diferente un tango interpretado por profesionales o por alguien que es apenas conocedor de los pasos fundamentales de esta danza compleja, y llena de sensualidad y seducción.

Todos estos elementos, interrelacionados, son los que consiguen transmitir emociones. Los que harán que, cuando contemplemos un espectáculo de danza, podamos establecer una conexión con el bailarín en escena, sintiendo sensaciones hipnóticas, muy difíciles de convertir en palabras.

La expresión sensorial

La coreógrafa finlandesa Virpi Pahkinen, una de las bailarinas solistas más exitosas de Escandinavia, afirma que para poder transmitir sensaciones y emociones al público a través del lenguaje universal de la danza hay que estar en comunicación con el universo e intentar transmitir toda su carga espiritual. Es por ello que su preparación física integra no solo danza contemporánea, sino también artes orientales como yoga o taichí, que sirven de perfectos traductores para expresar aquellos sentimientos ancestrales, religiosos y trascendentales que tiene en común toda la humanidad.

Pahkinen, que estudió música clásica y patinaje artístico antes de concentrarse en la danza, afirma que cuando baila siente la misma armonía que la llevaba a patinar en un lago helado cercano a su casa cuando era una adolescente. “Cuando el lago estaba libre de nieve, solía patinar por la noche, bajo la luna. El lago era negro y brillante. Hacía mucho frío, pero era mágico y me sentía como en casa. De eso trata la danza, de poner el alma en el arte tratando de conectar cielo y tierra, vida y muerte”.

La danza como medio de expresión sensorial permite al espectador entrar en un mundo espiritual, poético y místico. Para el bailarín es una forma de meditación que engloba una técnica perfeccionada y asume una apostura espiritual, mientras que para el público que contempla la escena consiste en una desestructuración de imágenes mentales que permiten asimilar lo que el bailarín quiere transmitir. Más allá de interpretar qué quiere decir el lenguaje de la danza, resulta mucho más sencillo dejar las palabras hechas añicos y limitarse tan solo a sentir.

La danza como medio de expresión sensorial permite al espectador entrar en un mundo espiritual, poético y místico

Ballet_Monte_Carlo

Técnica Limón

José Limón, mexicano de nacimiento y estadounidense de corazón, fue el hombre que estuvo llamado a revolucionar la danza moderna con su técnica, capaz de ayudar al bailarín a combinar toda su expresión dramática con la musicalidad propia del ballet.

Lejos de parecer un sistema codificado, como la Técnica Graham, Limón huye de las secuencias de movimiento fijos que limitan la creatividad, invitando al bailarín a descubrir su manera de expresar movimiento y emociones. El objetivo es expresar la relación del bailarín con su ambiente de una manera orgánica, explorando los principios de respiración, recuperación y caída, suspensión y sucesión, y peso del cuerpo.

La Técnica Limón señala que el uso consciente de la respiración es clave para generar movimiento, permitiendo que fluya de una manera continuada y desde el centro del cuerpo. Surgen así los ritmos naturales entendidos como un flujo orgánico. Los movimientos no se detienen de una manera drástica, sino que no tienen final, llenándose de suavidad y soltura. Además, Limón estudia la interacción del peso del cuerpo con la fuerza de la gravedad y usa esta dinámica como fuente de energía para generar movimientos orgánicos adaptables a cualquier estilo coreográfico.

El bailarín expresa sus emociones a través de la capacidad expresiva del torso, los brazos y la flexibilidad de la columna vertebral. Toma conciencia acerca de sus sensaciones durante el movimiento y siente el cuerpo como una orquesta, donde cada parte es un instrumento musical independiente capaz de expresar sentimientos e intenciones. El resultado es una danza que elimina el esfuerzo extremo y cualquier tensión innecesaria que pueda interferir con la intención original de transmitir emociones.

El papel del hombre en la danza

José Limón empezó a los 20 años en el mundo de la danza, y a pesar de encontrar muy tarde su camino supo crear un lenguaje propio y transmitirlo a las siguientes generaciones de bailarines, que encontraron en su estructura el método ideal para dejar a su cuerpo hablar. Con su método la estructura corporal se libera y fluye, como un suspiro deambulando por los escenarios, y encuentra por primera vez en la masculinidad su vehículo de expresión.

Limón reivindicó el papel de los hombres en la danza moderna en la primera mitad del siglo XX, cuando el oficio del bailarín no se consideraba una carrera viable ni tenía aceptación social. La danza masculina se redimía así de sus pecados y se llenaba de dignidad, rompiendo la imagen estereotipada de la bailarina femenina.

“Precisamente porque el peligro de extinción es inminente, se necesitan hombres con dedicación y calidad para afirmar su cordura y danzarla. Ningún otro arte ofrece tal reto”, afirmaba Limón. Surgía así el bailarín que es capaz de proteger a su compañera en el escenario a través de una estética muy equilibrada, pero derrochando sensibilidad y sin perder ni un ápice de su virilidad.

Los bailarines comienzan a desprender agilidad, soltura y suavidad, y al mismo tiempo contundencia, fuerza y peso. Poder, grandeza, fuerza física, movimientos expansivos y, a la vez, como elemento aglutinador de todo ello, sensualidad. Un ballet que tiene su fuente vital en los latidos del corazón. “Intenso y completamente humano, pues de lo contrario la danza resultaría mecánica y vacía”, señalaba Limón.

El legado de los grandes permanece en la impronta de las nuevas generaciones, pero la danza, sin embargo, es un arte vivo, que se encuentra en permanente evolución. Las formas siguen modificándose, nutriéndose de otras formas de interpretación. Los estilos se convierten en herramientas de expresión y los coreógrafos y bailarines suman, además, su propio aprendizaje, lo que a su vez genera otros lenguajes igualmente válidos. Se sigue experimentando. El rompecabezas sigue tomando diferentes formas, pero mantiene inalterable lo que une a cualquier género artístico y se potencia especialmente en la danza: el sentido de la trascendencia, el impulso de permanecer.

Limpieza del interior del vehículo

Diez ballets que han hecho historia por méritos propios

Lago de los cisnes
Dispuesto en cuatro actos, es considerada la obra maestra del ballet clásico y moderno.

Romeo y Julieta
Basada en la obra de Shakespeare, se estrenó en 1938 en Checoslovaquia y dos años después fue todo un éxito en Leningrado (Rusia).

Giselle
Basada en un poema de Heinrich Heine y considerada una obra maestra del Romanticismo, fue estrenada en 1841 en la Ópera de París.

El cascanueces
Se estrenó, al principio sin éxito, en el año 1892 en San Petersburgo (Rusia). Está basada en la obra “El cascanueces y el rey ratón”.

La bailarina del templo
Una historia de celos, intriga y amor, estrenada en San Petersburgo en 1877. Contiene los movimientos más famosos del ballet

La consagración de la primavera
Con solo 30 minutos de duración, se ha consolidado como uno de los más importantes ballets de la historia. Fue estrenado en París, en 1913.

Sueño de una noche de verano
Basado en la novela de Shakespeare, fue llevado a los escenarios en 1962, con gran acogida del público.

La bella durmiente
Estrenada en 1890 en el teatro Mariinsky de San Petersburgo, contiene algunas de las piezas musicales más hermosas de todos los tiempos.

Don Quijote
Un caballero dispuesto a salvar doncellas centra la acción de este ballet de cuatro actos, estrenado en 1869 en el Teatro Bolshoi de Moscú.

Cenicienta
Este ballet, caracterizado por cierto tono humorístico en su musicalidad, fue estrenado en el año 1945 en Rusia y se divide en tres actos llenos de belleza sensorial.